lunes, 28 de mayo de 2012

martes, 8 de mayo de 2012

LA FORTALEZA

Durante muchos años fue el empeño y el sueño de los dos, aquella fortaleza anhelada,  aquel espacio acogedor e impenetrable que nos mantenía a todos a salvo.
A base de esfuerzo se elevó el edificio, noches sin dormir para guardar el tesoro en su cámara hasta que el cóndor de la noche viniera a vigilarlo. Era una obra admirada, envidiada incluso por algunos vecinos incrédulos (no podían concebir tanta paz y belleza en el poblado).
Transcurrieron los años y el edificio mantenía su rictus original, su seriedad por fuera y sin embargo, el calor de un fuego siempre encendido por dentro. Se celebraban cenas y convites variados para agasajar a huéspedes y familiares, que acudían embaucados por el encanto de los anfitriones, personas que a l fin y al cabo disfrutaban de la vida con pocas exigencias: unos acogiendo y los otros recibiendo. Fueron días felices y seguros en la casa inexpugnable, y el cóndor seguía viniendo todas las noches, primero al alfeizar de la ventana y después de obtenido el permiso, pasaba a los aposentos a vigilar lo más preciado.
Hace ya unos meses que empezaron a fallar los pilares del edificio, acudieron albañiles, arquitectos y entendidos en el tema, que de paso por el lugar daban su opinión. No había salvación, aquello se hundía sin  remedio. Es cierto que el cóndor llevaba tiempo sin aparecer, no se le había dado importancia al asunto, estaba tan mayor que se pensó en una muerte natural (ley de vida); la piedra de las paredes se había vuelto gris, de un gris insoportable, pero tampoco eso hizo cundir la alarma; es cierto que la hiedra se había apoderado de los muros y casi no se podía ver con claridad los matices de la robusta piedra que los cubría. Las vidrieras perdieron su color original y los verdes se hicieron marrones, y todo se volvió otoño; desapareció la primavera de los ventanales y de las macetas.
Una serie de infortunios que han hecho entristecer a las columnas, a las vigas maestras y a los muros de carga, que desfallecidos y sudorosos intentan lo imposible. Se apoderó la tristeza de la fortaleza y no se mantiene en pie, poco a poco sus robustas paredes se van desmoronando ante la atónita mirada de los que la conocieron en su esplendor.
Ahora, el tejado derruido deja ver las estancias que un día no muy lejano rebosaban risas y abrazos, no todo el mundo puede observarlas, pero un cóndor joven viene de vez en cuando y sobrevuela el lugar, parece buscar algo, quizás el tesoro  que daba trabajo a sus antepasados; sin embargo, todo el mundo en el poblado sabe la verdad: “ya no hay tesoro que vigilar, la llave de ese cofre preciado se la llevó consigo el dueño del castillo y con él la alegría que había que cuidar”.
Ana, 8 de mayo de 2012

martes, 1 de mayo de 2012

LA GENCIANA

Todo el mundo está de acuerdo en que la genciana debe su nombre a Gentius. Pero ¿quien era Gentius? El Dr. Leclerc afirma que era un médico de la antigüedad, pero Plinio el Viejo afirma que fue un rey de Iliria quien dio a conocer la acción bienhechora de la genciana en el siglo XI a. de C.
Sin embargo, aunque esta leyenda fuese cierta, no lo es su antigüedad, pues Gentius era el rey de Iliria (un pequeño estado balcánico) que  se alió con Perseo, rey de Macedonia para luchar contra los romanos. Vencido y conducido prisionero a Roma, se dice que fue en su cautividad cuando reveló las virtudes de esta planta.
Los egipcios ya la usaban contra los problemas estomacales, y los romanos –sea cierta o no la leyenda de Gentius– se dieron plena cuenta de sus propiedades durante la conquista de la Galia, lo cual abre la puerta a otra suposición: la de que fueran los druidas, expertos en cuestión de plantas, quienes revelasen sus propiedades.
En el siglo XIII Alberto Magno, que halló la manera de obtener su extracto, la aconsejaba contra las obstrucciones del hígado y la debilidad del estómago; y Agrícola cuenta que un viejo médico le aseguró, por su experiencia personal, que bastaba con tomar cada mañana un trozo de su raíz para llegar en perfecta salud a la más extrema vejez.



LEYENDA DE SAN LADISLAO Y LA GENCIANA

«Vulgarmente la genciana se llama la hierba del dolor; es la hierba de San Ladislao, del nombre del rey búlgaro Ladislao. Se dice que en tiempos de su reinado toda Hungría estaba asolada por una terrible pestilencia, y gracias a sus plegarias este rey obtuvo la promesa de Dios de que si lanzaba una flecha al aire, la planta que a su caída resultase cortada por ella, sería el mejor remedio contra dicha epidemia; y, según se dice, la flecha cayó sobre la genciana, con la cual todos curaron de la peste.»
Sea verdadera o falsa esta leyenda, la realidad es que hasta que no se descubrió la quinina en el siglo XVII la genciana era el remedio más empleado contra las fiebres intermitentes. Y a principios del siglo xx, el Dr. Kneipp afirmaba: «Quien disponga de un pequeño huerto debe cultivar salvia, ajenjo y genciana; así tendrá una farmacia siempre a su alcance».
Nombre botánico
Es la Gentiana Tutea, de la familia de las Gentianaceas.
Sinónimos
Genciana mayor, genciana amarilla, junciana (español); genciana, gencana, argencana (catalán); genciana, xensá (portugués); gentiane jaune, grande gentiane, quinquine du pauvre (francés); gentian (inglés); Geleber Enziam (alemán); genziana (italiano).
La planta
La familia de las gencianáceas posee cientos de especies, de las cuales unas veinte se encuentran en Europa, siendo la genciana amarilla la más apreciada.


Es un género cosmopolita que se distribuye por la regiones templadas de Asia, Europa y América. También se encuentran algunas especies en África, Australia y Nueva Zelanda.

Consisten en plantas perennes anuales o bienales. La mayoría con rosetón básico. Las flores con forma de trompeta son generalmente azules, pero puede variar a blanco, crema, amarillo o rojo. Las especies de flores azules predominan en el hemisferio norte, el rojo en los Andes, las blancas en Nueva Zelanda.
Son flores tubulares con cinco pétalos en la corola y cinco sépalos.




HAIKU

entre la lava,
una genciana blanca,
ajena a todo...

(Tokutomi Tsurukesa)